sábado, 23 de enero de 2016

Capítulo III: La barrera de Nueva Hakone


Los primeros meses fueron muy duros. Me esperaba un viaje tan largo que ni siquiera podía imaginar la distancia en aquel entonces. Por único medio de transporte tenía mis pies. Para acceder al transporte público había que someterse a escáneres biométricos que automáticamente avisarían de una discontinuidad en el sistema, pues mi ADN estaba enlazado a la IP y al certificado digital de un muerto. Hubiera sido el equivalente al suicidio y ocasionaría problemas también a mi familia. Así que caminé y caminé. Mi objetivo era abandonar Nueva Tokio. Mi madre me había dicho que en la ciudad libre de Gifu había alguien que podría ayudarme a conseguir una nueva identidad para poder viajar a Eunorda. Allí, en la montañosa y húmeda capital en el norte de la vieja Europa se encuentra la torre blanca, hogar del Gran Editor. Alcanzarla era mi anhelo pero eso estaba a una vida de distancia.

Nueva Tokio constituye una enorme isla artificial entre Hawai y las costas de Japón del doble de tamaño que norteamérica. Era la ciudad más grande del mundo hasta que se construyó Nueva Atlántida y fue la primera isla artificial de su tamaño en construirse sobre el mar. Dicen que bajo las aguas, la ciudad se nutre de electricidad con miles de millones de turbinas eólicas submarinas. Inmensos diques protegen a la población de sunamis menores. Otros movimientos de aguas se retienen con amortiguadores de inercia. Pero en caso de un maremoto realmente grave, se rumorea que la metrópoli puede elevarse y mantenerse en el aire mientras dure la tormenta, para después volverse a posar con suavidad. Yo nunca me creí eso, pero tengo que admitir que la ciudad es malditamente grande y nunca en mi vida había experimentado la sensación de estar en alta mar como en realidad era.


En la frontera oeste hay multitud de vías que salen como tentáculos de Nueva Tokio hasta tocar las costas de Japón. En más de un sentido, está unida a tierra y es considerada igual de sagrada. Por ello no hay una frontera legal realista. Sin embargo, los señores locales son muy celosos de sus asuntos y no suelen conceder permisos de viaje muy a menudo a sus súbditos. No obstante, muchos tenían necesidad de viajar casi siempre por trabajo. Para controlar el flujo de viajeros existía una gran vigilancia de los caminos y los pasos. Había barreras con guarniciones de servidores bien abastecidas, que pertrechados de las mejores armas resultaban temibles. La barrera más famosa era Nueva Hakone. Guardaba el principal camino que iba de este a oeste que era el más frecuentado por viajeros. Esta barrera está situada en el cantón 5, en la región central de Nueva Tokio. La estructura de la isla era en forma de racimo, de manera que casi todos los viajeros tienen que pasar por el centro, sobre todo los de la zona este como era mi caso. De paso obligado, la barrera constituía el primer obstáculo en mi camino.

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